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lunes, 15 de octubre de 2018

Una sonrisa de satisfacción


Aceptó una última cita
tras múltiples, humedecidas
súplicas y promesas.

Sentados al fin enfrente uno del otro,
cercanos los cuerpos tras la mesa,
distante la seguridad de cada uno,
apagada la luz en las miradas.  

Pidieron. Él lo de siempre,
un café con leche templada.
Ella un vino blanco bien frío,
que había empezado a gustar
durante las tardes grises
rodeadas de incertidumbre y soledad.

Él aseguró que ya había terminado
con aquella relación, 
que había sido una locura pasajera,
que no había significado
nada en realidad,
que la seguía queriendo a ella
como el primer día.

Solo esperaba su indulgencia
para reanudar la relación,
que ya vería cómo todo a partir de ahora
iba a ser diferente,
mejor que nunca.

Y al fin calló.
Se sentía seguro, confiado,
pensando que no habría para ella
nunca nadie
que pudiera cubrir el hueco
que dejó tras su último devaneo.

Ella le escuchaba atenta,
intentando percibir en sus palabras
unas gotas de disculpa y sinceridad,
algún vestigio de ternura en su corazón,
un mínimo deseo de reinventar
algo que ya se iba desvaneciendo.

Pero no sintió en su interior
mas que una sorprendente indiferencia.

Puso una mano sobre la de su marido,
le miró fijamente y le dijo
con voz clara y firme:
“Lo siento, ya es tarde”.

Apuró su copa, se puso el abrigo
sin prisa
y se dirigió hacia la salida del bar.

Ya en la calle una inesperada,
radiante sonrisa se asomó,
al fin, a su rostro. 















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