El deseo acelera el pulso
y el anhelo pretende acortar
el tiempo.
Pero todo llega siempre
en el momento oportuno.
Tu aparición aconteció a
mediodía,
para que saborearas
el tibio sabor de la leche
en la mesa de la alegría
compartida,
las llamadas que abrazaban con
la voz,
las llamaradas de cariño
desde la distancia.
El río sigue fluyendo y
desbordándose
en tu existencia recién
amanecida.
Tu vida, que ya es en parte
también nuestra,
se abre luminosa
en tus ojos entreabiertos,
a la que te acoge
un hogar cálido de sonrisas,
como un vientre
que protege y configura,
un pecho que caldea la fría
intemperie,
que acalla el primer llanto,
sobre el que disfrutar
de las iniciales caricias.
Tu familia de sangre
se agranda, se esparce, se
multiplica
en otros padres y madres,
hermanos y hermanas
que te acompañarán
en tus primeros pasos,
te ayudarán a nombrar el mundo,
a dejarte asombrar por la
maravilla
que brota en cada sorpresa
cotidiana.
Así sabrás, por medio
del abrazo y la ternura,
lo que significa ánimo,
apoyo y confianza
en quienes te abrirán nuevas
sendas
para que las recorras con
pasos firmes,
y te levantarán de tus caídas
con abrazos y besos
que curarán todas tus heridas.
En la luz de tu mirada
habita un misterio,
insondable, propio, único.
Solo podemos llegar
hasta el umbral contigo,
porque la entrada en la tierra
prometida
únicamente la puedes traspasar
tú.
Aarón significa
“hombre de la montaña”.
Tu madre y tu padre te
enseñarán
las técnicas de la escalada,
pero la subida la emprenderás
con el esfuerzo de tus manos,
tus piernas y el aliento de tu
corazón,
que te ayudará a ascender
hasta la cima
y también a penetrar
en las simas habitadas
por tu más íntima alegría.