con la apariencia de la
brevedad
de un tiempo que nos consume
en el fugaz instante.
Se suceden los días
al hilo de lo acostumbrado:
la templada brisa de la
mañana,
las teclas que esculpen
palabras,
los vagones de la incomunicación,
el atardecer de un nuevo día,
la despedida sin sueño...
Me asomo a la ventana
mientras el mundo duerme
y contemplo fascinado,
tras otros visillos,
la pasión de un abrazo.
Cierro los ojos y aún conservo
en mi retina
esas dos siluetas incandescentes
que avivan mis recuerdos, mi
corazón,
con el latido ardoroso de su
luz.
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