las cataratas de agua y luz
que descendían hacia el abismo,
impetuosas, iridiscentes,
sonoras.
Permanecías detenida, en
silencio,
de espaldas a mí,
dejándote abrazar por miles de
destellos
que te cubrían y sanaban.
Cuando te volviste supe
que no eran gotas las que se
deslizaban
como cascadas de luz, sino
lágrimas
descendiendo por tu rostro
encendido.
De pronto un arcoíris salió a
tu encuentro
y te enmarcó con su bóveda tornasolada.
Fue entonces cuando me susurraste
al oído:
“¿Puedes sentir como yo tanta
belleza?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario