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lunes, 17 de junio de 2019

Iguazú













Contemplabas muda de asombro
las cataratas de agua y luz
que descendían hacia el abismo,
impetuosas, iridiscentes, sonoras.

Permanecías detenida, en silencio,
de espaldas a mí,
dejándote abrazar por miles de destellos
que te cubrían y sanaban.

Cuando te volviste supe
que no eran gotas las que se deslizaban
como cascadas de luz, sino lágrimas
descendiendo por tu rostro encendido.

De pronto un arcoíris salió a tu encuentro
y te enmarcó con su bóveda tornasolada.
Fue entonces cuando me susurraste al oído:
“¿Puedes sentir como yo tanta belleza?”. 

  


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