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lunes, 17 de junio de 2019

En el corazón de la vida


















Se desprendió la última flor del almendro
y cayó leve sobre la tierra húmeda,
dejando desnuda y huérfana la rama.

El eco de su voz se va ocultando
tras el hueco de la memoria
y un afligido silencio ocupa su lugar.

La soledad perfila su ausencia:
ausencia de abrazos,
ausencia de sonrisas,
ausencia de intimidad,
ausencia de su aliento.

No será la misma brisa
la que acaricie nuestros cuerpos
en la playa junto al azul del mar.

Ya no le encontraremos
al volver la esquina
ni seremos envueltos por la calidez
de su aprecio y su ternura.

¡Alzó el vuelo demasiado pronto
dejándonos deshabitados,
nuestro querido amigo, hermano, compañero…!

Pero la vida es insistente, tenaz.
Tras las gélidas cenizas del invierno
siempre vuelve a resplandecer la primavera.

Después que pase prudencial el tiempo
y su noche implacable,
la amargura impregnada de llanto,

se abrirá paso su recuerdo,
vivificador, estimulante,
hasta sentirle muy adentro,
tal como era, como continúa siendo.

Porque un día salió al fin
de la clandestinidad y ya no se volvió a ocultar,
para pasear libre por las calles de su barrio,
para seguir luchando por la dignidad,
para continuar alzando su grito contra la injusticia,
para anudar cada día nuevos lazos de fraternidad,
para seguir brindando con la copa de la amistad.



Le volveremos a sentir en los almendros recién florecidos,
recogeremos su testigo en las luchas vecinales,
abriremos nuevas sendas de diálogo y encuentro,
cantaremos de nuevo con él para que surja
un nuevo mañana, otro mundo posible,
más justo y fraterno.

Y cada tarde volveremos a pasear
por la nueva avenida de la Quinta
que llevará impresa su nombre,
contemplando sus estrellas, ya nuestras,
reviviendo su existencia, sus huellas,
alegrándonos de haber conocido a un buen hombre
y que, a su lado, no tenía cabida la tristeza.

Porque nadie que haya amado tanto
como Andrés
puede ser arrebatado
del corazón de la vida.

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