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lunes, 17 de junio de 2019

Meditaciones 41














No debemos envidiar a los poetas
ni intentar convertirnos en uno más,
porque ya lo somos.
Lo único que tenemos que hacer
es dejar brotar la poesía
que está latiendo en nuestro interior
y buscar la mejor forma de expresarla.
  
*

Podemos emprender cada nuevo día
recordando las cenizas que nos dejó el ayer.
O atrevernos a salir de nosotros mismos, bajar a la calle
y dejarnos sorprender por nuevos destellos.
Siempre de comienzo en comienzo.

*

De la fuente las gotas van cayendo, una tras otra,
sobre una esponja que hay justo debajo:
no se oyen, descienden leves, en silencio.
Y la van empapando, lentamente,
hasta que llega un momento en que rebosa.

*

Cuando éramos niños reíamos despreocupados.
De adolescentes nos reíamos siempre, alocadamente.
Según nos hicimos adultos fuimos dejando de reír.
Al llegar a la sabiduría de la ancianidad nos reiremos
de muchas tonterías y preocupaciones sin sentido.
Algo esencial en la vida es no perder nunca
el don de la risa o, al menos,
la sanadora caricia de la sonrisa.

*

En medio de un mundo tan inhumano,
con tanta violencia, xenofobia y exclusión,
no podemos dejar que nos roben la inocencia,
ni que nos priven del don de alegría,
ni que nos arrebaten esos brotes de ternura
que consiguen hacer que florezca la rosa
en medio del desierto.

*

En todo lo que vibra y sentimos como la más honda humanidad,
en el anhelo por vivir cada día más humanamente,
en el esfuerzo por devolver y afianzar la dignidad humana,
late y se hace tangible la más auténtica trascendencia.

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