Cuando calle la brisa del atardecer
y la nostalgia se transforme
en presencia, cantadme,
no derraméis lágrimas
amargas, cadenciosas.
Recordad el amor
que soñé tanto poseer,
el que busqué cada día, sin reposo.
Cuando mis ojos se cierren
a la luz y su claridad,
al dulce sabor de la amistad,
sembrad de evocaciones mi ausencia,
la íntima intimidad
de nuestros corazones,
las confidencias y las risas
durante nuestras reuniones.
Cuando mis oídos no puedan reconocer
ya vuestras voces,
ponedme la canción del Cazador herido
de cariño y ternura, sin posible olvido.
Cuando el silencio impida
la renovación del recuerdo,
despertaré vuestra memoria,
allí daré alas a la añoranza,
y encontraréis a un hombre
que quiso ser sonrisa,
caricia, pasión, brisa, lumbre,
un pedacito de tierra
dejándose fecundar
por el agua y el calor del sol,
savia, raíz, permanente anhelo.
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