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domingo, 25 de octubre de 2015

El castaño

Va creciendo en silencio,
en lo oscuro, como una crisálida.
Y hasta que no está maduro el fruto
no se rasga la piel del erizo.
La savia asciende por la corteza,
no desde las raíces,
fijando el ajado tronco a la tierra
en búsqueda de sus nutrientes y minerales.
Mientras, renace con el agua de lluvia
y persigue anhelante el ardor del sol
con insólitos requiebros.
Al fin cae el fruto en su sazón.
Para ser recogido, ofrecido,
degustado.
Y, de nuevo, en silencio,
en lo oscuro, como una crisálida,
ofreciéndose como alimento,
se sumerge y transforma en otro ser.
Revelándose así diáfano
el frágil e incesante
misterio de la vida.

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