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miércoles, 20 de marzo de 2013

Nadie podrá sin ellas

No hay sombras que puedan sepultar
tal destello de luz en las entrañas y la memoria.

Sus miradas nos traspasan luminosas
desde las suaves o implacables olas de la mar,
y se alzan altivas sobre elevadas serranías.

Las hoces de los ríos perfilan amplias caderas
que horadan la dura piedra del lagar,
donde se escancia el vino nuevo de las rosas.

Se abrazan a los árboles frondosos
que ofrecen maduros, apetecibles frutos.

Las oquedades de la tierra son un cálido amparo
para quienes andan perdidos, sin rumbo fijo,
porque hasta allí conduce el eco de sus palabras.

Nadie podrá sin ellas vulnerar la noche macabra,
hasta contemplar el amanecer grávido de regocijo,
desde sus solícitas pupilas, su inmarcesible faro.

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