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jueves, 24 de enero de 2013

Elegía

Hay muertos que,
por algún misterio insondable,
sentimos que no podrán
morir nunca,

que siguen alimentando
su propio aliento,
el que nos llega portando
el dolor y la ausencia,
la sinrazón, el odio,
el fuego desmedido y brutal.

Tu herida sigue sangrando,
en tantas heridas,
en este mundo de la exclusión,
en esta noche que derrama
tantas lágrimas, y nos muestra
de manera no virtual,
más la muerte, que la vida.

Caminamos por sendas
siempre nuevas,
las que tus mismos pasos recorrieron,
caminos que abandonan
los asuntos más superficiales
por adentrarse en el corazón,
redes, resquicios, destellos
que iluminan y reencienden
cada amanecer.

No se nos olvidará jamás tu muerte,
ni la de millones de abejas
que sembraron tanta vida
en los surcos con el abono
de la sangre, del amor, de la utopía.

Nuestro perdón está arbolado
de presencias,
y en la cruz de la moneda
la justicia y la memoria.

Muchos corazones se han abierto
a tus poemas sedientos de amor,
hambrientos de futuro,
cargados de piedras firmadas
con millones de nombres.

Hoy te recordamos,
besamos con tus palabras,
soñamos con tus poemas,
escarbamos en el sentido
oculto que viene cargado de futuro,
tu propia vida.

Y así, desenterrándote tan vivo,
con los ojos abiertos,
como aquél que revivió
a la sombra de la higuera,
aquél que, como tú,
sentía cualquier dolor
en cualquier lugar del mundo,
como suyo propio.

Has alegrado tantos rostros,
has reencendido tantas oscuridades,
has abierto tantos senderos
con el río de tu sangre,
nos has enamorado
bajo la luz de la luna y tu sonrisa,

que nadie nos va impedir que
sigamos hablando, conversando,
compartiendo,
las mil desventuras humanas,
la esperanza y la alegría
de haber conocido a un hombre puro,
sencillo y vitalmente apasionado,
y hablarte de muchas cosas más,
compañero inolvidable,
y aún más, hermano nuestro
y de todo el género humano.

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